sábado, 26 de junio de 2010

Savoir Vivre, Apprendre à Vivre [1]

Saludos

En esta, mi primera entrada, quiero contarles lo que para mí es la actividad diaria que más me acerca a la estupidez cívica de la Ciudad de Santiago de Chile: Nuestro medio de transporte público.

Y claro, evidentemente, mis experiencias son tantas, que no las puedo colocar en una sola entrada. Por ello, quiero hacer en una serie de éstas. Para que podamos reflexionar al respecto.

Era Lunes, como a eso de las 07:20 am, y yo viajaba por la Línea 1 del Metro de Santiago, en dirección San Pablo. Al bajarme en estación Baquedano, para combinar con la Línea 5, me percato de la baja cantidad de personas que había en dicha estación, siendo que a esa hora está repleta de gente.

Bajo por las escaleras de combinación a Línea 5, y veo una anciana detrás de mí, con dos muletas, obviamente, una en cada brazo. Caminaba con lentitud notable, quejándose y haciendo bulla. Al acercarnos al final de los pasajes de combinación, se escucha a la distancia que se acerca el tren del Metro, Línea 5, dirección Bellavista de La Florida. Cuando de repente escucho que los pasos de la anciana se hacen más frecuentes y rápidos. Como si corriera. Curioso por la situación me volteo y me percato de la increíble situación que la anciana está corriendo por tomar el mencionado tren. Justo en el instante que me giro para verle, ella me golpea, botando mi bolso de laptop y este arrastrándose hasta el andén. Que de no haber estado el tren allí, habría caído y una desastrosa pérdida material me hubiera afectado.

Molesto por tal situación, corrí a recoger el bolso, y me dispuse a entrar al tren, con el único objetivo de encarar y quejarme ante la "anciana corredora de triatlón".

Con ira y lástima, me pongo a quejarme y poner en su lugar a la mujer, cuando la gente se voltea y me increpan por molestarla, "siendo una anciana tan dulce". Les comento lo sucedido y nadie dice nada, dejando en el aire un silencio que sabe a poca complicidad y desprecio. ¿Acaso los ancianos son buenas personas, dulces e inofensivas por el solo hecho de pertenecer al más añejo de los estamentos etarios?

La mujer, en su asquerosa actitud cínica, no decía nada, asintiendo en tono negativo, queriendo decir que no entendía por qué la increpaba.

Con ira, me bajé en estación Irarrázaval, a la ofician de reclamos para poner una denuncia. Para qué contarles la mala atención, las risas y el trato denostatorio (denostador) que recibí, del personal de Metro a cargo.

Han pasado varios meses de ese día, mal comenzado. Y aún me pregunto, si la senectud da derecho a los que la padecen para comportarse como puercos en corral, como cínicos estúpidos indolentes.

¿Se merecen los ancianos, por defecto, la alabanza, el respeto y el asiento en el metro, por antonomasia?